Viaje al fin de la noche

El gobierno de Alberto Fernández se parece a un viejo galeón que lleva adelante una travesía por mares tormentosos. Claro que sabía, al momento de soltar amarras, que su carta de navegación estaba plagada de peligros y dificultades, aunque nunca imaginó lo que realmente le esperaba.

El escenario pandémico, que con sus idas y venidas ya lleva catorce meses, ha tenido una constante: por un lado, un gobierno a la defensiva, que corre detrás de los acontecimientos y trata de apagar los distintos focos de incendio; por otro, una oposición incendiaria, que profundiza sus ataques ante la menor muestra de debilidad.

A lo largo de todo este tiempo, parece haberse cristalizado una ecuación política bastante sencilla: la derecha, retomando la vieja fórmula del “cuanto peor, mejor”, apuesta al naufragio, porque calcula que cualquier colapso (le da lo mismo que sea sanitario, económico o social) acrecienta sus posibilidades de recuperar el poder político. El gobierno, entretanto, juega la carta contraria: su principal objetivo es mantenerse a flote y llegar a la orilla de las elecciones legislativas demostrando que, pese a todas las peripecias y desventuras, consiguió que no se le diera vuelta el barco.

Por supuesto que es muy poco, sobre todo en relación a las expectativas iniciales que el FdT despertó en amplios sectores sociales. Pero tampoco habría que descartar que, en un contexto absolutamente excepcional, y marcado por una enorme incertidumbre colectiva, la valoración de la gestión de gobierno (y esa es la hipótesis del oficialismo) dependa, en última instancia, de su capacidad para evitar el naufragio.

En el marco de esta estrategia, que es la que evidentemente se ha impuesto dentro de la coalición de gobierno, prácticamente no hay resquicios para un enfrentamiento con los poderes fácticos. El gobierno ha tomado la decisión de evitar cualquier disputa abierta, y ha optado por poner la otra mejilla ante provocaciones que son verdaderamente inadmisibles, como el fallo de la corte en relación a las clases presenciales, o la rebelión del jefe de gobierno porteño, por citar sólo algunas.

En otras palabras: quienes toman las decisiones en el barco, con el presidente a la cabeza, están convencidos de que no están dadas las condiciones para tensar cuerdas con el poder real en el contexto inédito de una crisis social y una catástrofe sanitaria. Equivocados o no, piensan así. Y por eso rehúyen el combate.

El primer oficial de este viejo galeón se llama Martín Guzmán. Su principal tarea – y la que más valora el presidente – consiste en eludir uno de los frentes de tormenta más peligrosos (el financiero), a partir de una exitosa reestructuración de la deuda, la postergación de nuevos vencimientos, y la recomposición de las reservas del Banco Central. El ministro de Economía ha logrado controlar el valor del dólar, desalentar las presiones devaluatorias y estabilizar las variables macroeconómicas, aprovechando el viento de cola de las exportaciones agroindustriales.

Si se hubiera dedicado al fútbol, el ministro de economía sería un cinco de marca, prolijo y ordenado, al que no le gusta arriesgar. Se ajusta a la perfección a la estrategia señalada más arriba, que privilegia el orden y el equilibrio (fiscal) dejando por ahora entre paréntesis otras cuestiones sobre las que ponen el acento los sectores más progresistas de la coalición de gobierno (el crecimiento de la industria y del mercado interno, la redistribución de los ingresos, la expansión del consumo, o las transferencias directas hacia los sectores más empobrecidos).

Esas diferentes concepciones – que siempre estuvieron en tensión dentro del FdT – quedaron visiblemente expuestas en las últimas semanas, a partir de la polémica que involucró al propio Guzmán con el subsecretario de energía. Sin embargo, más allá de ciertas lecturas que confunden el deseo con la realidad, esos desacuerdos siguen teniendo lugar dentro de un marco de unidad que es prácticamente total, y que tiende a reforzarse ante los ataques de la derecha.

Más allá del bullicio mediático, lo cierto es que dentro del FdT se puede discutir cualquier cosa, menos la unidad del peronismo, incluso a sabiendas de que la estrategia consistente en no agitar las aguas, que beneficia en lo inmediato a los grupos económicos más concentrados y posterga indefinidamente las expectativas de las clases populares, puede convertirse en un arma de doble filo.

Las consecuencias de esta política están a la vista: la situación social se agrava para las grandes mayorías populares, que ven como sus ingresos quedan mes tras mes por detrás de la inflación, mientras un puñado de firmas agroexportadoras e industriales, junto con los grandes monopolios de la telecomunicación acrecientan sus fortunas, valiéndose de la falta de controles estatales y de fallos judiciales hechos a su medida.

A lo largo del último mes y medio, falto de reflejos, tomando decisiones equivocadas, comunicando mal y azotado por la pandemia, el gobierno volvió a quedar contra las cuerdas. La escasez global de vacunas, sumada a la implacable ferocidad de la segunda ola, puso al sistema sanitario al borde del colapso. La ofensiva de la derecha no se hizo esperar, poniendo en entredicho la autoridad presidencial y tensando peligrosamente los límites del Estado de Derecho.

La tempestad de abril se prolonga en lo que va de mayo, aunque las medidas dispuestas para frenar el aumento exponencial de los contagios –adoptadas muy tardíamente –parecen haber surtido efecto, permitiéndole al gobierno ganar tiempo para avanzar en el proceso de inmunización y garantizar la llegada de más vacunas.

Lo que se busca es seguir el camino de aquellos países que luego de vacunar al 40% de su población (Inglaterra es el mejor ejemplo) lograron reducir de manera drástica los niveles de contagios y de muertes. Contando con las dosis necesarias, Argentina podría alcanzar ese porcentaje en menos de tres meses.

En relación a este punto, los últimos días trajeron noticias sumamente alentadoras a partir de las gestiones encabezadas por la segunda oficial del barco, la ministra de salud Carla Vizzotti. En el corto plazo, la más importante tiene que ver con la llegada al país, a lo largo de la segunda mitad de mayo, de unas cinco millones de dosis de la vacuna de Oxford – AstraZeneca, producidas de manera conjunta entre la Argentina y México. El flujo regular de esas vacunas, sumado al de las Sputnik V que siguen llegando casi semanalmente desde Moscú, le permitirá al gobierno acelerar los tiempos de la vacunación y (esa es la gran apuesta) empezar a torcerle el brazo a la pandemia.

En paralelo, y pensando en el mediano y largo plazo, hay firmes indicios de que a partir del segundo semestre se empiecen a formular localmente millones de dosis de las vacunas Sputnik Vida y Sinopharm a partir de sendos acuerdos con Rusia y con China, que se encargarían de proveer los principios activos.

Si todas estas iniciativas logran finalmente concretarse, el gobierno podrá encarar el segundo semestre en un contexto menos apremiante y exhibir, en los últimos meses del año, logros concretos en el manejo de la crisis sanitaria. No es poco, sobre todo teniendo en cuenta que deberá competir con una oposición de derecha atravesada por fuertes conflictos internos, que carece de referentes claros, y cuyo discurso ha sido contradictorio y errático a lo largo de toda la pandemia.

Nadie las nombra, pero todo el arco político está pendiente de ellas y condicionan cada día más la toma de decisiones. Las elecciones legislativas serán claves para el gobierno. En el peronismo, los sectores más optimistas confían en obtener una clara ventaja y sacar provecho de las matemáticas, sobre todo en la cámara de diputados, donde la oposición de Juntos por el Cambio pondrá en juego nueve bancas más que el oficialismo (60 contra 51). Un triunfo contundente del FdT, sostienen, permitiría conseguir una mayoría parlamentaria que despejaría el camino para transformaciones futuras.

Siempre que haya voluntad política, claro. Pero para eso todavía falta mucho. Primero hay que pasar la tormenta de esta noche interminable.