El 2015 supuso el comienzo del fin de cierta previsibilidad con la que el sistema político argentino contaba. Entre el 54% del 23 de octubre del 2011 y el fallido disparo en la cara de la actual vicepresidenta el 1 de septiembre del 2022, la historia reciente de nuestro país fue atravesando un proceso de polarización política que ha llegado a poner en tela de juicio los consensos democráticos instaurados en 1983.
Paralelamente, las condiciones de vida de gran parte de nuestra población empeoraron sustancialmente, emparentado a una creciente desigualdad que brinda un caldo de cultivo extraordinario para una violencia social inusitada.
En la década kichnerista el proceso político fue más o menos acompasado del social. La lenta pero constante inclusión de grandes porciones de la sociedad al consumo y la participación de nuevas generaciones a la participación pública, fueron elementos que garantizaron un ida y vuelta entre la agenda nacional y el termómetro de la calle. La foto de aquel momento y los tiempos actuales es muy distinta, y entre la calle y la urna se puede oír un marcado delay.
Hay dos elementos que muestran el incipiente divorcio entre el padrón de votantes y las candidaturas. En primer lugar, los provincialismos electorales y su lógica de cerrar el discurso provocando un corte endogámico, identitario y priorizando la identidad provincial, son una muestra de otra modalidad que asume el descontento social contemporáneo. Las elecciones de Neuquén, Misiones y Rio Negro estuvieron signadas por este fenómeno, con frente que fueron de un lado al otro de la grieta, desde la UCR al kirchnerismo.
El otro elemento es el voto en blanco y la caída de la participación electoral, algo que fue característico en las recientes elecciones en Chaco y Córdoba. Los comicios en diferentes distritos muestran una caída significativa de la cantidad de personas que van a sufragar y, por otra parte, reflejan el hartazgo y las dificultades para tentar a la ciudadanía.
La tendencia también se hizo fuertemente visible en Tierra del Fuego, Río Negro y Jujuy, según el recuento de datos oficiales. En la Isla, el voto blanco quedó en segundo lugar con el 21,1% del total de los sufragios emitidos. Cuatro años antes, en 2019, había sido de 7,1 el porcentaje de votos en blanco.
Los planes de la oposición
Pero aunque los votos en blancos muestran un descontento con la oferta electoral, el dato más considerable tiene que ver con la caída en los niveles de participación que se viene registrando en las provincias. En diez de las doce provincias donde se votó para elegir gobernador cayó la cantidad de gente que, aun estando en el padrón y habilitados, no se presentaron a votar, marcando una apatía aún mayor que la de votar en blanco.
Cabe preguntarse entonces ¿Son realmente las fórmulas presidenciales representativas de lo que pasa en el día a día de la población? Pensemos en las tres principales fuerzas. Sin dudas la interna de Juntos por el Cambio en sí misma es representativa de dos sectores del establishment hoy en día en confrontación: Por un lado, Horacio Rodríguez Larreta y los sectores empresariales nucleados en la Unión Industrial Argentina que plantean un gran acuerdo de centro (véase Libro Azul) basado en el acuerdo con el FMI y el estractivismo. Estos sectores, ligados a los planes del Partido Demócrata para la región, proponen una férrea y rigurosa avenida del medio. Un desarrollismo conservador basado en el ajuste por abajo y las ganancias por arriba.
Por otro lado, Patricia Bullrich y el bolsonarismo latinoamericano impulsado por las corporaciones financieras y basado en las premisas trumpistas para la región que plantean una férrea batalla contra los sectores populares y sus estructuras organizativas. Es el Juntos por el Cambio de finales del 2017, el que tiró a la basura la máscara de la derecha democrática. Ahora bien, entre la formula Bullrich- Petri y la presentada por Larreta – Morales, están todos los matices, mescolanzas y análisis de focus group, donde las figuras se endurecen y enternecen en pos de obtener más votos.
El fenómeno de Javier Milei, con marcados fracasos en las provincias pero con vida aun en el plano nacional, es la receta trumpista que logra encantar el malestar contra el sistema político, de ahora en adelante, la casta. Y es tanto el descontento, que aun soltando un sinfín de premisas ya probadas (con nefastos resultados), aun así logra ser representativo de la voluntad iracunda de sectores medios y populares de las grandes ciudades.
Massa, ¿Fórmula de unidad?
Por su parte, el cierre de listas de Unión por la Patria es un claro reflejo de un método que solo sorprende a columnistas de televisión y analistas políticos de redes sociales. Es la foto de los acuerdos a puerta cerrada y de las jugadas magistrales que se agotan ¿Cuál sería el piso electoral de Sergio Massa si se tratase de su representatividad social y no de sus habilidades arribistas? La elección de tercios que mencionó CFK es quizá la fase superior de una grita que va desapareciendo más por descreimiento en las capacidades del sistema político y decadencia de las alianzas en pugna, que por resolución de los conflictos sociales que generaron la tan famosa fractura del electorado.
En ese sentido, quizá haya margen para la creatividad y los discursos transformadores con vocación de poder. La figura de Juan Grabois transmite al sector que representa (la economía popular y la juventud politiza). Cosas tan obvias como un plato de comida sobre las mesas de todos los argentinos, pero que los tejes y manejes de la agenda superestructural transformaron en quimeras o utopías.
Quiza del delay y de la falta de representación surjan tanto nuevos monstruos como figuras disruptivas que en algún momento cobren renombre y lugares a fuerza de optimismo y voluntad.