La semana pasada se publicaron los datos de inflación de mayo, que llegó a un 3,3%; y en los últimos doce meses el rubro de alimentos y bebidas subió un 49,9%. ¿Por qué en un país productor de alimentos es cada vez más difícil acceder a ellos? Los pequeños y medianos productores y productoras frutihortícolas estamos cada vez más pobres. ¿A quiénes repercuten estos aumentos? El alimento debe ser una causa nacional.
Para empezar a responder estas preguntas, antes que nada, es importante despejar algunas confusiones. Por ejemplo: la papa, que es la verdura más consumida (es barata y rendidora), sube todos los años en el mes de mayo porque Buenos Aires deja de recibir la papa de Balcarce (zona productora por excelencia) y empieza a recibir la de Córdoba. La distancia y el trasporte entre otras factores encarecen el producto. El caso del tomate es similar; incluso en invernadero la producción de tomate va de octubre a abril y luego hay que esperar el tomate del norte.
El sector frutihortícola se caracteriza por su cantidad de trabajadores y trabajadoras. Si bien hay algunas hortalizas que tienen una producción y comercialización más concentrada (y oh casualidad, las más rentables), en general no podemos decir que haya monopolios que definan el precio y eso reduce en gran medida las especulaciones que son más evidentes en otros sectores o actividades, como los granos.
Nuestra realidad es otra, el precio está dominado casi completamente por la oferta y la demanda. Ningún productor cosecharía una lechuga que en el mercado está más barata que su gasto de producción. De hecho, en el día a día, se desperdician miles de kilos de frutas o verduras porque no son cosechadas o no se venden. También sucede lo contrario: los precios suben cuando no hay cosecha o fue mala.
Un modelo que sea causa nacional
No sé qué les dijeron de la oferta y la demanda, pero a mi no me parece el mejor criterio para comercializar los alimentos. Dos razones: 1) la comida no se debe tirar por nada del mundo; 2) no es ético el lucro desmedido con los alimentos. En ese sentido, es fundamental que el Estado incida en la producción buscando que haya mayor nivel de planificación, políticas públicas y financiamiento que garantice el acceso a la tierra para producir alimentos sanos, de calidad y que garanticen una vida digna.
La parte más difícil del problema es que la mayoría de los insumos (semillas y agrotóxicos) que se utilizan en la producción están dolarizados. Esto es así porque son importados, o porque lo producen grandes transnacionales como Bayer (ex Monsanto). En ese sentido, hay dos planos importantes que atender: favorecer la producción de semillas y favorecer la producción agroecológica que busca reducir el uso de insumos, como también producirlos con lo que hay en la zona de forma mucho más amigable con el ambiente.
La agroecología, un saber que nos compartieron nuestros ancestros, se trata de entender y convivir de otra forma con el hábitat, desde la premisa de conocer la tierra y de qué forma trabajarla sin dañarla, hasta pensar en uso de semillas no modificadas genéticamente e insumos orgánicos. Todo esto hace que la relación con el alimento sea distinta. Se propone generar alimentos sanos y confiables que lleguen directamente al consumidor, evitando los formadores de precios.
Cinturones verdes y pequeños crianceros para un alimentos saludables
En la actualidad los intermediarios encarecen muchísimo los precios, es necesario reducir el número de eslabones de la cadena. Para ello, es fundamental que las ciudades no desplacen los cinturones verdes, sino que exista una planificación para su preservación y una producción ordenada. Esto evitaría que los productos viajen kilómetros generando así un incremento sustancial en el costo final.
Estos desplazamientos también suceden en zonas productoras de carne porcina y ovina, donde las ciudades crecen indiscriminadamente generando un cambio estructural, ya que los productores tienen que alejarse como consecuencia del avance del “progreso” o deben reinventarse buscando otra tipo de producción.
En relación a la carne vacuna, el precio aumentó un 70% en el último año; solo en el mes de mayo aumento 6,1% en relación al mes de abril. Es un mercado totalmente concentrado, ya casi no hay pequeños crianceros ya que fueron arrasados por las grandes industrias. Las medidas tomadas por el Estado nacional son una iniciativa interesante pensando en fortalecer el mercado interno, el problema es que seguimos pagando a precio de mercado externo, lo que imposibilita la compra.
El precio de la carne no baja, generando una importante disminución en su consumo. El desafío esta en promover el acceso de cabezas de ganado a los pequeños crianceros, tanto vacunos como porcinos, y de esta manera abastecer a los consumidores eliminando los sobreprecios. Es increíble que en el país de la carne estar pagando $800 el kilo de asado.
Es contradictorio que en un país con extensión territorial y con capacidad de producir alimentos de todo tipo no se pueda acceder a la tierra ni a una alimentación sana y accesible. Hoy el mercado (y por ende, el precio) lo maneja el agronegocio (soja) donde son solo unas pocas multinacionales las que poseen la tierra, los insumos y la comercialización.
Para construir un país sustentable y con un mercado interno fuerte es necesario un cambio de paradigma en nuestro modelo productivo: políticas de Estado para repoblar el campo, financiamientos y créditos para acceder a la tierra, desarrollo tecnológico de las herramientas de trabajo, concientización y preservación de la producción agroecológica y el bajo impacto hacia la tierra. Pensar en generar alimentos sanos y calidad también significa construcción de caminos y urbanización planificada. Las zonas periurbanas y rurales precisan acceso a transporte público, cloacas y luminarias; pero sobre todo acceso a salud, educación y trabajo.