Hay momentos en la historia donde determinadas iniciativas no logran sus objetivos inmediatos, sin embargo, ofenden tan abruptamente la normalidad de lo establecido que comienzan a meter por las hendijas de la historia una serie de rostros, voces e historias que eran deliberadamente olvidadas.
Muchas veces estos hechos pisan fuerte en los grandes relatos que anidan en las conciencias. Moncada fue uno de esos hechos. El 26 de julio de 1953 un grupo de 135 guerrilleros al mando de Fidel Castro intenta tomar un cuartel militar para iniciar así un proceso insurreccional que finalice con el derrocamiento del presidente de facto Fulgencio Batista. La toma fracasó, el proceso insurreccional no. Fidel Castro se haría conocido en el país por aquel ataque y su posterior enjuiciamiento. Su alegato de autodefensa quedó recogido en el libro La Historia me absolverá.
El 4 de febrero de 1992, un grupo de militares venezolanos intentó sin éxito derrocar al presidente neoliberal Carlos Andrés Pérez. Entre los oficiales rebeldes que comandaron esta maniobra se encontraba un teniente coronel de ejército, el joven Hugo Chávez Frías. “Compañeros, lamentablemente, POR AHORA, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la ciudad capital”, dijo por televisión. Hoy en la vapuleada Venezuela se lo recuerda como el “por ahora que fue para siempre”, inicio sin duda de casi dos décadas de proceso bolivariano en el país caribeño.
Ahora bien, lo sucedido entre el 14 y el 29 de octubre de 2020 en la estancia Casa Nueva de Santa Elena, Entre Ríos, no contiene tras de sí los laureles de los dos hechos anteriormente citados. Sí contiene la esencia de su método y la búsqueda de sus objetivos: sacudir de repente y de manera inesperada una normalidad que para algunos muchos resulta insoportable. Moncadas pasan todos los días.
Una repentina movilización cartonera en la puerta de una municipalidad quizá no logré todos los objetivos que se había pensado en la asamblea, pero patea el tablero y dice “acá estoy”. El corte de una ruta porque el barrio se quedó sin luz, la toma de una comisaría porque desapareció otra vez una piba. Son los pequeños Moncadas de cada día, explosiones que hacen aunadas un gran relato y una importante estrategia, siempre y cuando exista la voluntad de amalgamar las partes más allá de los hechos aislados.
Un antes
¿Cuándo empezó realmente el Proyecto Artigas? Según Dolores Etchevehere, tras tres hechos constitutivos que la decidieron a dar la pelea. El primero, recordar los empleados domésticos que se quedaban parados detrás de su padre mientras lo veían comer. El segundo, la foto del su padre, sus hermanos y miembros del poder político local cerrando negocios en cuartos herméticos. Y el tercero, la falsificación, la manipulación y el engaño en el proceso de sucesión de los bienes familiares. Privilegios, negocios oscuros y patriarcado.
Según Ángel Ríos, director de la Escuela Agrotécnica N°151, comenzó el 28 de junio de 2007, cuando unas quinientas personas se movilizaron hasta el acceso a Santa Elena para repudiar la venta a precio vil de unas setenta hectáreas donde funcionaba la escuela del paraje “El Quebracho”. En el único registro fílmico que hay de aquella protesta se lo ve a Ángel denunciar hasta el pozo de agua: “van a quedar para Etchevehere (por Félix, padre de Dolores y los tres hermanos varones) porque él se está quedando con las mejores tierras”.
Según Eve Kloster, militante del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) y una de las organizadoras del Proyecto Artigas, fue la esperanza de hacer justicia de una vez lo que movió esta iniciativa. “Las que soñamos con un feminismo popular, pensamos en que este proyecto abrace a todas las productoras humildes, pensando justamente en todas las injusticias que sufren las trabajadoras de la tierra. Es un desafío sumar a estas mujeres de acá en adelante para fomentar un feminismo popular con tierra y techo para trabajar”, comentaba en una entrevista por octubre del 2020, en pleno proceso de posesión pacifica.
El “antes” del Proyecto Artigas conjuga todos estos factores y más. En primer lugar, la connivencia del poder económico, político y judicial para manejar la provincia de Entre Ríos bajo las reglas arbitrarias del patrón de estancia. En segundo lugar, el agronegocio contaminante, criminal y destructivo del medio ambiente que se ha instalado en el continente (y centralmente en Argentina) hace más de 25 años. Por último, y no menos importante, la tenencia de la tierra basada en el despojo, la ilegalidad, la prepotencia y la violencia que ha caracterizado a las familias del poder durante toda la historia argentina. Un pequeño proyecto ante semejante entramado de relaciones normalizadas, pero no por ello correctas, legitimas y, centralmente, incuestionables.
Un durante
El jueves 15 de octubre del 2020 llega a los celulares de miles de personas un video filmado en primer plano donde una mujer, hasta entonces muy poco conocida, lee un testimonio. Dolores es hermana de Juan Diego, Sebastián, y el ex ministro de Agroindustria y presidente de la Sociedad Rural Argentina, Luis Miguel Etchevehere. Dolores denuncia el vicio en lo tramites sucesorios, la toma de posesión pacífica de la estancia Casa Nueva, y la donación del 40% de su herencia para un proyecto agroecológico. Una denuncia, un video bien filmado, redes sociales llamativas y un grupo de personas en una estancia. Una pequeñez.
Ahora bien, la magnitud del Proyecto Artigas debe medirse más más por la reacción de quienes se sintieron ofendidos que por la capacidad de realización, quizás limitada, de quienes lo impulsaron. La reacción fue tan violentamente desmedida que ponía al desnudo lo intocable del entramado de poder tejido por los Etchevehere en la provincia entrerriana. Los empresarios rurales convocaron a una marcha hasta la puerta de la estancia donde se desarrollaba el proyecto. Los escenarios posibles fueron muchos, desde el «no va a pasar nada» hasta el «si entran van a ser muy violentos». Efectivamente lo eran. Detestaban a Dolores Etchevehere por el mero hecho de iniciar un conflicto legal con sus familia (deben haber miles iguales en Argentina) y a todo aquel que colabore con ella.
Los medios masivos demostraron rápidamente un gesto de lealtad y las pantallas, que pudieron directamente haber anulado el conflicto con un determinante bloqueo mediático, se dispusieron a señalar las 24 horas lo que debía ser catalogado como un hecho inaceptable. Ignorarlo no era necesario, había que mostrar un castigo ejemplar para los “usurpadores” ante la sociedad en su conjunto. Como en Moncada, como el 4F venezolano, como en el corte de una ruta, la toma de un palacio municipal, como una toma de tierras en el conurbano, es justamente el poderoso ofendido quien da voz a otro que se mantenía invisible, sin darse cuenta que al exhibirlo estigmatizado o derrotado en las cadenas de televisión, en definitiva lo deja hablar, y eso puede costarle caro.
El 29 de octubre, las miles de vivencias que habitaron Casa Nueva, la vigilia interminable de patotas en la puerta, las entrevistas, las marchas, las contramarchas, los asuntos legales sobre la posesión del terreno, miles de elementos puestos sobre el tablero fueron cesando. Los productores que habitaron junto a Dolores la enorme estancia de Santa Elena debieron abandonar el lugar por orden judicial. Junto al pequeño desalojo de Casa Nueva se daba a pantalla compartida el enorme y violento desalojo en Guernica. A 700 kilómetros de distancia, en otra provincia, con otros actores, un conflicto que se preguntaba lo mismo ¿Cómo es que escasea la tierra en 2,7 millones de kilómetros cuadrados de superficie?
Un después
El Proyecto Artigas aún sigue vigente en pequeñas acciones. Los ex trabajadores del periódico El Diario de Paraná vieron a Luis Miguel Etchevehere rendir cuentas ante la justicia por el vaciamiento del medio de comunicación. En mayo de este año la justicia lo condenó al pago de una multa de 500 mil dólares.
Continúa a su vez el proceso judicial que determinara lo que sucedió con las tierras pertenecientes la escuela agrotécnica, causa que tomó nuevo impulso en Santa Elena a partir de la exposición mediática. El proyecto en sí no logró sus objetivos principales, pero puso sobre la mesa una serie de debate antes tabuizados: el rol de las oligarquías locales en los procesos de despojo y desigualdad, el uso que estas le dan a las tierras, como las consiguieron, gracias a quien lo hicieron y como es que aun lo sostienen.
“Debemos volver a la naturalidad de que el dueño sea respetado como dueño y a propiedad privada sea respetada como propiedad privada” dice Luis Etchevehere frente a las cámaras de TN sin tener más argumentos o justificaciones que el “por que sí”. Luego del Proyecto Artigas, para varios sectores de la sociedad ya nada es “por que sí”. Incluso ha tensado los límites de lo posible para las mismas militancias políticas que veía en la posesión de los terrenos una verdadera quijoteada sin sentido, incluso peligrosa para la estabilidad del flamante gobierno del Frente de Todos. Visiones sin duda aggiornadas a la naturalidad hegemónica que Etchevehere y otros cientos más tanto pregonean.
El Proyecto Artigas, humildemente, enfrentó algo muy grande. No solo una familia, sino un poder económico que gobierna la Argentina desde hace décadas. Fue un hecho histórico por prepotente, que puso en cuestión un modelo que expulsa seres humanos, instala por la fuerza estructuras de poder y usufructúa sin condiciones todo aquello que ha tomado sin medir consecuencias sociales, económicas o ambientales. Pero a su vez fue una voz dentro del silencio cómplice, un faro de otras luchas escondidas.