El motor del micro se escucha forzado mientras asciende la pendiente pronunciada. El camino de la ruta 40 se transforma en un sinuoso camino que se dibuja a través de las laderas patagónicas. En la imponente postal del bosque andino se halla la contradicción. Muchos de los pinos que recuerdan a los turistas las fotos del Tirol alemán no son autóctonos, tampoco lo es la arquitectura de cabañas y postas, los aleros de madera rústica y las ornamentas de origen alpino. Entre los abetos norteamericanos crecen las araucarias, un pino muy distinto al que se retrata en artesanías y pinturas que se venden en puestos de recuerdos. Aun así la araucaria es la nativa, la escondida, la verdadera Patagonia.
Dentro del micro se escucha el silbido de parlante desconado. El guía turístico señala por la ventana: “Al costado van a ver la entrada a la comunidad mapuche, donde vamos a pasar a la vuelta para comprar algunos dulces y artesanías”. Una señora en primera fila pregunta con actitud recatada: “¿Y tienen contacto con el hombre blanco?”. La pregunta solo afecta el entendimiento de algunos pasajeros, a la mayoría le parece normal o no creen necesario corregir ese prejuicio hecho consulta. El guía, el único al que parece incomodar la situación, responde: “Señora, yo soy mapuche”.
El mapuche puede vivir en los barrios, puede atender un negocio, puede vivir en la comunidad. Puede no reconocerse como tal, hacerlo a medias, tomarlo como bandera e identidad. Esta ahí, viviendo (a veces sobreviviendo) en un entramado complejo de turistas que van a visitar la Patagonia y que ansiarían que sea el Tirol; inmobiliarias que avanzan cortando caminos y accesos; gobiernos locales, provinciales y nacionales que no dan respuestas; y toda una serie de esfuerzos por ocultarlos, como ocurre con las araucarias que intentan subsisitr en la inmensidad del bosque andino.
Detrás del prejuicio hacía el pueblo mapuche existe una gran matriz de desconocimiento, como ocurre en el mundo de la economía popular. También existe la necesidad de construir su propia fuente de trabajo, ante la exclusión propiciada por aquellos intereses que hacen de la Patagonia un negocio para pocos. Es por eso que se construyen comunidades, verdaderos refugios de la vorágine de la concentración donde el mapuche existe, resiste y se reconoce. Es por eso que requiere el reconocimiento del resto de la sociedad y, centralmente, del Estado.
Para comprender de cerca la relidad de la comunidad mapuche conversamos con Cristián Nahuelpan, lonco de la Comunidad Nahuelpan de El Bolsón (Río Negro), integrada por aproximadamente 90 familias.
Juan Manuel Erazo: ¿Cuáles son actualmente los principales reclamos de tu comunidad?
Cristian Nahuelpan: El reclamo que venimos haciendo hace tiempo es el cierre de la Carpeta Técnica. No es solo mi comunidad necesita este cierre, sino otras comunidades, para poder cerrar el Relevamiento Territorial y obtener reconocimiento ante el INAI [Instituto Nacional de Asuntos Indígenas]. Nos están pateando hace rato, lo venimos desarrollando hace dos años y todavía no tenemos respuesta.
Actualmente el INAI reconoce más de 1.700 comunidades indígenas en todo el territorio argentino, ya sea mediante el Registro Nacional de Comunidades Indígenas (Re.Na.Ci)o el relevamiento técnico, jurídico y catastral que se lleva adelante a través del Programa Nacional Relevamiento Territorial de Comunidades Indígenas (Re.Te.C.I).
Las comunidades tienen el amparo de la ley, no así la decisión política de los gobiernos a la hora de hacerla cumplir. La Ley nacional 26.160 fue sancionada a fines del año 2006 por un plazo de vigencia de 4 años, a efectos de dar respuesta a la situación de emergencia territorial de las Comunidades Indígenas del país. La misma fue prorrogada en cuatro oportunidades: en el año 2009, en el 2013, en 2017 y recientemente en noviembre del 2021.
La Carpeta Técnica a la que Cristián hace alusión, es una herramienta que, en conjunto con otros elementos y con una futura Ley de Propiedad Comunitaria, permitiría encaminar la regularización de las tierras.
JME: ¿Han sufrido ataques a su comunidad?
CN: En mi comunidad no. Sí hay comunidades alrededor que han sufrido ataques, que tienen sus conflictos con el Estado, pero nosotros no. Es más para el lado de Chubut, pero acá en Rio Negro no tanto.
JME: ¿Quiénes crees que obstaculizan sus reivindicaciones?
CN: El negocio inmobiliario es el que pone trabas para que no se hagan los relevamientos. No hay acercamiento ni mesas de negociación tampoco. Solamente nos patean. Estamos ahí en la espera.
¿Con qué herramientas o métodos de lucha cuenta la comunidad para lograr sus reclamos?
CN: Nosotros respetamos la autoridad de INAI y siempre exigimos pacíficamente que cumplan con su responsabilidad. Hasta ahora no hemos salido a la calle a desarrollar manifestaciones. Si no tenemos respuesta vamos a tener que salir pacíficamente. Tenemos diálogo con muchas comunidades más.
Hay un prejuicio generalizado, impulsado por algunos medios de comunicación y referentes políticos, de tildar al pueblo mapuche de “terrorista” o “enemigos de la patria” ¿Qué les responderías?
CN: Que se acerquen a las comunidades, vean lo que hacen, y que nosotros como mapuches no somos agresivos ni de andar haciendo desastres. Lo único que queremos es que nos respeten como lo que somos. No todas las comunidades tenemos el mismo pensamiento o manera de manifestarnos, pero las que yo conozco son comunidades que están hace años en su territorio y son gente totalmente pacífica.
JME: ¿Qué actividades desarrollan en la comunidad?
CN: Mis tatarabuelos llegaron al lugar en los años 60 más o menos. La comunidad se terminó de construir en 1975, aunque nunca fue reconocida. Yo soy nacido y criado en mi comunidad. Siempre trabajamos la madera, trabajamos con los animales. Del Estado no hemos recibido mucha ayuda. La única organización que se acercó y con la que estamos trabajando hoy es el MTE (Movimiento de Trabajadores Excluidos).
En octubre del 2021, ante diferentes operaciones mediáticas que tenían por objetivo golpear a las comunidades mapuches, las organizaciones sociales en conjunto con estas emitieron un comunicado. El mismo decía: “Como sucede con los movimientos populares que agrupan al pueblo pobre del campo y la ciudad, con las comunidades originarias el poder realiza la misma operación: convertir a las víctimas en victimarios. Porque sí, somos víctimas, pero no víctimas pasivas: luchamos por una agenda socioambiental que apunta al buen vivir de nuestros pueblos. Somos víctimas, no victimarios. Ni usurpadores, ni violentos, ni incendiarios”.