A casi un mes y medio de las elecciones primarias (PASO) del 12 de septiembre, el cierre de listas y la inscripción de candidaturas vino a confirmar lo que ya se preveía: que las tensiones y los conflictos políticos que tienen lugar al interior de la coalición gobernante están siendo procesados (al menos por ahora) de una manera más ordenada y armónica que los que atraviesa la oposición de derecha.
En términos generales, el Frente de Todxs (FdT) no tuvo mayores inconvenientes en preservar casi intacto el armado político que lo llevó al gobierno en 2019, y más allá de algunos desencuentros inocultables (como los de Santa Fe y Tucumán) se presentará con lista única en 19 de los 24 distritos electorales, producto de los acuerdos alcanzados entre las distintas vertientes del peronismo y el resto de las organizaciones que lo componen.
En relación a este último punto, una mirada superficial alcanza para reconocer, en la confección de las listas, dos elementos centrales: el primero de ellos tiene que ver con la primacía de las grandes estructuras ligadas al kirchnerismo, al Partido Justicialista y al Frente Renovador, en desmedro de los movimientos y organizaciones sociales, cuyas expectativas quedaron lejos de ser satisfechas; el segundo, es la activa participación de Alberto Fernández a la hora de definir las candidaturas.
Ambas cuestiones ponen en evidencia tanto la lógica política que orienta la acción del gobierno como la vocación del presidente de constituirse en líder del espacio y posicionarse de cara al 2023. El armado de las listas no estuvo exento de conflictos, reclamos y pases de boleta, pero todo ocurrió de una manera bastante discreta, casi en sordina.
En la alianza opositora, en cambio, la lucha por las candidaturas desató una interna feroz, lo que quedó expresado en la cantidad de listas que participarán en las PASO, donde sólo se logró evitar la competencia en siete provincias, habiéndose presentado en el resto de ellas tres, cuatro o hasta cinco candidaturas diferentes para cada categoría.
A los conflictos entre los sectores duros y moderados en el interior del PRO se sumó la decisión del radicalismo de disputar más agresivamente los lugares en las listas, lo que contribuyó a tensar todavía más las negociaciones en la mayoría de los distritos, incluyendo la provincia de Buenos Aires, donde tendrá lugar una interna de consecuencias imprevisibles. Hay quienes sostienen que esa multiplicación de ofertas electorales puede contribuir a engrosar la sumatoria final. Es posible que así sea, aunque en términos generales lo que se puso en evidencia es el contraste entre la unidad del peronismo y la fragmentación de la oposición.
A destacar ese trazo grueso apuntó el acto del pasado sábado, en el que las principales figuras de la coalición de gobierno presentaron las listas del FdT en CABA y en la provincia de Buenos Aires. En esta última, la designación de Victoria Tolosa Paz como cabeza de lista no generó ninguna sorpresa, ya que su candidatura se venía instalando desde hace meses, y como el eje de campaña del peronismo bonaerense estará centrado en la campaña de vacunación, también era previsible la candidatura del ministro Daniel Gollan, el que más veces ha aparecido en los medios junto al gobernador Axel Kicillof, que sigue siendo la principal carta de triunfo con la que cuenta el FdT y que, tal como hiciera dos años atrás, se ha dedicado en el último tiempo a recorrer cada rincón de la geografía bonaerense.
En el distrito más grande del país, el gobierno aspira obtener una buena diferencia de votos que le permita asegurarse un triunfo claro en el cómputo general, algo imprescindible para transformar estas elecciones legislativas en un espaldarazo a su gestión. Sin embargo, incluso obteniendo una victoria contundente, los diputados que se necesitan para conseguir la mayoría parlamentaria, difícilmente provengan del territorio bonaerense, donde no será sencillo mejorar la elección del 2017, cuando los votos de Unidad Ciudadana, sumados a los del Frente Renovador, alcanzaron el 47% del total.
En realidad, contra lo que muchas veces se piensa, algunas de las cinco o seis bancas que el oficialismo necesita sumar para controlar la cámara baja (siempre en alianza con fuerzas afines) podrían provenir de distritos tradicionalmente hostiles, en los que el peronismo obtuvo, cuatro años atrás, resultados sumamente decepcionantes. En CABA, por ejemplo, aunque la lista encabezada por Leandro Santoro termine a más de veinte puntos de distancia de la de Juntos por el Cambio (JxC), es muy posible que el FdT sume un cuarto diputado nacional a expensas de la oposición de derecha. Sólo sería cuestión de mejorar en algunos puntos porcentuales la exigua cosecha de 2017.
Algo similar podría suceder en Córdoba, donde los operadores que manejan al dedillo estas cuestiones de aritmética política confían en sumar un segundo diputado nacional, ya sea a expensas de JxC o del cordobesismo del gobernador Juan Schiaretti. No es del todo imposible, aunque se debería mejorar de manera ostensible la pésima elección de aquel año, en la que el peronismo estuvo por debajo de los dos dígitos. Este tipo de modificaciones, casi imperceptibles, son las que pueden terminar resultando decisivas en la composición del congreso.
En la otra vereda, en el territorio de lo que hasta hace muy poco tiempo atrás denominábamos “macrismo”, el dato central es la supremacía, a la hora de definir candidaturas, de las “palomas” sobre los “halcones”, a pesar de que fueron estos últimos los que gozaron de los favores mediáticos y se mostraron infatigables a la hora de erosionar la legitimidad del gobierno. Es muy pronto aún para sacar conclusiones, pero la derrota de Mauricio Macri (y la posición marginal en la que quedó ubicado) no será inocua: nunca es fácil negociar con un ególatra, y mucho menos cuando ha sido desplazado de un espacio político que considera de su propiedad.
Por otra parte, el triunfo en toda la línea del ala moderada del PRO (ese parricidio que terminó imponiendo las candidaturas de María Eugenia Vidal en CABA y de Diego Santilli en la provincia de Buenos Aires) genera interrogantes en relación a la capacidad de contener el voto de los sectores más decididamente reaccionarios de JxC.
Que una porción significativa del voto duro del PRO, identificado con el antiperonismo más visceral y con algunas de sus voces más estentóreas (las mismas que fueron derrotadas en la interna) se termine fugando hacia la derecha emergente de los llamados “libertarios” constituye una de las principales preocupaciones de Horacio Rodríguez Larreta. Para eso invitó a participar de su interna a Ricardo López Murphy, llamado a desempeñar así una especie de dique de contención, al igual que el otro economista mediático —también surgido del semillero de esa Masía del neoliberalismo argentino que es la Facultad de Ciencias Económicas de La Plata— que secunda en su lista a la ex gobernadora bonaerense.
Formando parte de un fenómeno global, y adquiriendo mucha visibilidad en los medios de comunicación debido a su prédica en contra de la cuarentena y de cualquier tipo de regulación estatal en el ámbito de la economía, la derecha doblemente inorgánica de los “libertarios”, que carece tanto de estructuras partidarias como de vínculos directos con las clases dominantes, puede terminar convirtiéndose en un dolor de cabeza para JxC, al menos en CABA y en provincia de Buenos Aires, donde se postulan sus principales referentes. Su discurso articula los núcleos más regresivos del voto macrista con críticas a la política económica del gobierno anterior. En el marco de una elección legislativa, en la que el voto útil nunca tiene el mismo peso que en una presidencial, las posibilidades de este sector tienden a aumentar.
Además de la fragmentación interna y la posible dispersión del voto opositor, JxC deberá afrontar otro desafío: a la inversa del oficialismo, que en la cámara baja pone en juego menos bancas de las que puede conseguir, la oposición de derecha se verá obligada, para no ver debilitada su posición en el congreso, a repetir lo que fue la mejor elección de su historia, cuando alcanzó el 42% de los votos en las legislativas de 2017, algo que a primera vista resulta prácticamente imposible.
Habrá que ver hasta qué punto el grado de polarización entre el FdT y JxC deja resquicios para el crecimiento de terceras opciones, una vez diluido definitivamente el espacio que dos años atrás, encabezado por Roberto Lavagna, redondeó un 6% de los votos a nivel nacional. Los “libertarios” aspiran a ocupar ese lugar, al igual que la izquierda trotskista, que se presenta esta vez un poco más fragmentada que en ocasiones anteriores, pero que cuenta con la ventaja de haber consolidado una estructura en todo el país y suele duplicar su caudal en las elecciones de medio término. De todas formas, resulta difícil pensar en un tercer espacio que a nivel nacional supere el umbral del 5% de los votos.
Para el gobierno, la fórmula para alcanzar la victoria se parece mucho a la del 2019: imponerse por una diferencia amplia tanto en la provincia de Buenos Aires como en el NOA; volver a ganar en Santa Fe y acortar diferencias en Córdoba y Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Una diferencia de entre cinco y diez puntos en la general, y la obtención de la mayoría parlamentaria configuran el sueño dorado del oficialismo, que confía en poder concretar, a pesar del fuerte desgaste sufrido en estos dos años plagados de calamidades.