El debate por la reducción de la jornada laboral comenzó a tomar cierta relevancia en Europa, y también en Argentina con la propuesta de diputados sindicales en el Congreso de la Nación. Países como Islandia, Japón y España vienen realizando ensayos en este sentido.
En Islandia, el experimento de la semana laboral de cuatro días se implementó entre 2015 y 2019 y fue categorizada como un “rotundo éxito”. La prueba piloto se realizó en el ayuntamiento de la capital, Reykjavik, y en puestos del gobierno nacional, y contó con la participación de unos 2.500 trabajadores, cerca del 1% de la población activa del país.
La prueba reveló que la productividad y el bienestar de las personas aumentó notablemente, de acuerdo con el análisis publicado por la Asociación para la Sostenibilidad y la Democracia (ALDA) en Islandia y el grupo de expertos Autonomy del Reino Unido. Por otro lado, los investigadores observaron que la productividad aumentó hasta un 20% y la calidad en la prestación de servicios se mantuvo o mejoró. Los participantes también demostraron un mejor espíritu cooperativo en el lugar de trabajo.
¿Llegó la hora de reducir la jornada laboral?
A finales del siglo XVIII, la gente trabajaba en un cronograma de seis días y 96 horas semanales. Es decir, unas 14 a 16 horas diarias con solo un día de descanso. Las actuales 40 horas por semana y cinco días semanales son una conquista de la lucha sindical y de los trabajadores, que data de la ley de normas laborales justas de 1938, en Estados Unidos.
Casi 100 años después, y con un avance feroz de la tecnología, la jornada laboral no se actualizó. “Hasta como patrón deben actualizarse. Tenemos debates muy arcaicos”, sostiene Luis Roa, abogado laboralista y Secretario Académico de la carrera Relaciones del Trabajo de la Universidad de Buenos Aires.
Argentina mantiene una jornada laboral de 8 horas diarias o 48 horas semanales. A diferencia de lo establecido por la Organización Internacional del Trabajo, que determina un límite a la distribución de horas durante la semana, rige un decreto reglamentario de la ley de jornada de trabajo de la Década Infame, que convirtió la jornada de trabajo de 8 horas a 9 horas diarias.
“Hemos naturalizado que la jornada es de 9 horas”, señala Roa. “Tenemos una jornada laboral de la década del 40, desde allí se cortó el debate, no se discutió más nada”.
En torno a la propuesta de reducción de la jornada laboral, el especialista afirma que debería estar en la agenda de debate desde hace mucho tiempo. “Argentina tiene una de las jornadas laborales más extensas. En Argentina se definió 8 horas diarias o 48 horas semanales. Lo cual no es lo mismo. Estas 48 horas se pueden distribuir en la semana. Lo que sucede en nuestro país es que los sábados no trabajas, pero sí trabajas 10 horas los días de semana”.
Y agrega: “el límite de la jornada tiene que ver con la reconstitución física del trabajador, tiene que ver con la preservación psíquica del trabajador y la trabajadora. Esto también redunda en una mayor productividad”.
Doble límite: diario y semanal
Varios países avanzan en la reducción semanal de la jornada laboral, lo que implica una quita de un día de trabajo pero no así en las horas diarias. Esta tendencia implica una mejora en las condiciones laborales, pero también abre la puerta a que los empresarios distribuyen arbitrariamente esa jornada de 48 horas en cuatro días, produciendo una sobrecarga laboral diaria.
“Hay tendencias internacionales que tienden a reducir la jornada pero a la vez promueven la jornada en promedio”, explica Roa. “Tenemos que avanzar en un doble límite, por un lado la reducción semanal y por otro la limitación de la jornada diaria. Si no se plantea la totalidad del debate puede quedar a pura discrecionalidad del empleador”.
Para evitar la sobrecarga laboral diaria es necesario que el debate sobre la reducción laboral incluya este doble cerrojo: el diario y el semanal.
Más allá de los derechos laborales
El debate sobre la reducción laboral retoma viejos argumentos a favor y en contra de la propuesta. Por parte de sindicatos y trabajadores, implica una mejoría en las condiciones laborales, como lo demuestra el estudio realizado en Islandia. Los detractores —principalmente los empresarios— alegan un incremento en los gastos y una imposibilidad de aplicación.
Pero la reducción laboral muestra también beneficios en términos netamente empresariales y capitalistas. En Islandia, la productividad aumentó hasta un 20%. La reducción de la jornada también apunta a mejorar la tasa de actividad, subir la tasa de empleabilidad, bajar la tasa de desempleo, incrementar la recaudación estatal y dinamizar la economía.
“Esto mejora la empleabilidad e incluso produce mayores ingresos y una dinamización de la economía. Al haber mayor empleo, hay mayor consumo y una recaudación mayor del Estado. La sociedad en su conjunto se ve beneficiada al aumentar la tasa de actividad, la tasa de empleo y bajar la tasa de desocupación. Son datos más que significativos”, justifica Roa.
Para las pequeñas y medianas empresas puede ser una solución más que un problema. “Se beneficiarían de esta reducción. Cuando la gente tiene plata en el bolsillo son las PyMEs las primeras en beneficiarse”.
Y Finalmente, Roa sostiene que “los principales problemas no son de derechos laborales, sino de acceso al crédito, las políticas sociales y las políticas de desindustrialización. Se puede convivir con expansión de derechos e incremento de la demanda agregada”.