Series como I may destroy you o Fleabag son productos de mujeres orquesta del audiovisual. Dirigen, actúan, escriben y hasta producen la nueva narrativa feminista. Son creadoras integrales del contenido que desean que exista.
Pero fuera de ese hallazgo —que a la vista de la cuarta ola feminista es en sí mismo un logro— también se trata de producciones que se contraponen al camino lineal y ascendente del héroe. Nos presentan una narrativa del fracaso y la contradicción. Arriesgan hipótesis de cómo habitar el presente complejo desde la incomodidad estructural de un sistema en crisis.
Nueva narrativa feminista
En el caso de Phoebe Weller Bridge (Fleabag), ya hemos encontrado en Killing Eve (otra de sus creaciones) una producción que recibió críticas excepcionales. A la que acuñaron en varias ocasiones de inclasificable ante la ausencia de categorías nuevas. En géneros tradicionalmente masculinos como la ficción de espionaje, una interpretación femenina se volvió un descubrimiento difícil de ordenar para la crítica.
Pero lo más interesante es el escenario en el que transcurren estas series. Enmarcadas en un sistema que ya no puede esconder sus falencias, donde la vida que imaginamos (y la que nos prometieron), dista años luz de la realidad.
Se estima que por cada 100 hombres jóvenes, entre 25 y 39 años, hay 118 mujeres que viven en hogares pobres; es lo que llamamos feminización de la pobreza. Y no es casual que sean justamente relatos femeninos los que vienen a hablar del tema. Hay un sistema económico, político, social y vincular que no funciona. Por fuera del “hombre salvador” que viene a proponer una solución a todo (sin reparar en nada, muchas veces), se erigen narrativas diferentes que habitan las dudas, sin anteponer las certezas.
Mujeres reales, no heroínas
“Antes de ser violada nunca le presté atención al asunto de ser una mujer. Estaba demasiado ocupada siendo negra y pobre. Una pequeña violación parece poca cosa cuando otras chicas mueren lapidadas por tener un móvil o sangran hasta morir con los genitales mutilados. ¿Son estos hechos un recordatorio de que no sea tan explícita sobre mis propias experiencias? ¿O mi escándalo realmente apoyará las experiencias de todas ellas?”. Estás líneas son de la protagonista de I may destroy you, actuada por su creadora, productora y escritora, Michaela Coel.
Esta serie cuenta la historia de Arabella, una twitera que lucha por recordar qué sucedió en una noche que perdió el conocimiento. Se trata de una comedia dramática que Michaela escribe basándose en su experiencia real, después de haber sido drogada y violada en Londres.
Los aportes de esta joya del 2020 son múltiples. Uno fundamental es su mirada interseccional, audaz y cruda donde nunca se re-victimiza a su protagonista. Tampoco se busca educar espectadores desde valores rígidos o soluciones anacrónicas.
Las nuevas narrativas feministas no solo nos muestran mujeres reales —lo que en sí mismo presenta todo un cambio de paradigma estético visual—. También proponen un cambio de enfoque narrativo. Sin adoctrinar ni mostrar heroínas que, contra viento y marea, logran sus objetivos. Y lo más interesante, tanto en Fleabag como en la creación de Coel, es que escapan a la captura de una nueva moral. “A veces me preocupa pensar que no sería tan feminista si tuviera las tetas más grandes”, dice la británica Weller Bridge en su monologo teatral devenido serie.
Relato veraz y singular
Otro elemento clave es que, producto de la crisis sistémica, no son las instituciones estatales o sociales las que sostienen a las protagonistas, ni las viejas escalas de valores las que rigen su vida.
En Nomadland de Chlóe Zhao, nos topamos con una película singular, que se detiene en la vida de Fran y en sus detalles casi íntimos para hablarnos de un sistema que expulsa a esa nueva clase obrera estadounidense. Otra vez la crisis como entorno nos muestra trabajadores expulsados del sistema, mayores de 60 años, destinados a vivir en casas rodantes buscando trabajos precarizados de ciudad en ciudad.
El film fue premiado con el Globo de Oro (primera película dirigida por una mujer que es galardonada con esta premiación), y ganador del Oscar a mejor dirección (primera mujer asiática y segunda mujer en ganarlo).
Pese a la violenta opción que les propone la lógica utilitaria del capitalismo, la película expone, sin romantizar la crudeza de la realidad. Una comunidad amorosa que se sostiene en una red de cariño y cuidado, deteniéndose en detalles que no serían relevantes desde un análisis desde la vieja (y patriarcal) estructura dramática. No intenta generar un relato épico o universal, por el contrario, construye desde la singularidad un relato veraz y potente.
Esta nueva narrativa feminista se sumerge en complejas articulaciones en las que las identidades de género, clase y sus contextos operan donde la sorpresa está garantizada, así como la característica fundamental de cualquier relato resiliente: el humor.